viernes, 21 de agosto de 2009

crg

Tuve la impresión de que tanto el rostro como el instante quedarían grabados en mi memoria y que, por lo tanto, como suele suceder con las pocas cosas que quedan grabadas en la memoria, me pasaría el resto de mi vida tratando de alcanzar tanto el rostro como el instante a sabiendas de que no podría lograrlo, a sabiendas de que, entre más lo intentara, tanto el rostro como el instante terminarían por alejarse más. Sospeché, entonces, que ésta y no otra habría sido la razón para abrirle la puerta de mi casa aquella noche de tormenta. […] Uno siempre necesita, después de todo, un lugar hacia el cual retroceder (154) [subrayado mío]

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